(Carlos Sabino, El proceso de investigación - Adaptado por P. Lugano)
Para abordar con provecho el estudio de la metodología científica es
necesario situarse, previamente, en el contexto en que ésta adquiere su
sentido. La metodología no
es realmente una ciencia, sino un instrumento dirigido a validar
y a hacer más eficiente la investigación científica. Esta, a su vez, es
la actividad que alimenta un singular tipo de conocimiento, la ciencia.
Por tal razón no es posible estudiar la metodología como disciplina si no se
posee una comprensión mínima sobre ciertos problemas relativos al conocimiento
en general y a la ciencia en particular.
A este objetivo dedicaremos en consecuencia la primera parte de este curso –
taller: revisaremos -aunque muy sucintamente- algunos conceptos y nociones
básicas del complejo campo filosófico que suele llamarse epistemología,
o teoría del conocimiento, procurando dar una perspectiva razonada del conjunto
de la materia que tratamos. De este modo esperamos que los problemas
metodológicos que se desarrollan más adelante se comprendan mejor en su
auténtico significado y puedan estudiarse con menor dificultad.
1.1 El conocimiento como problema
En
nuestra vida cotidiana, en el trabajo, los estudios o la constante interacción
social, adquirimos y utilizamos una inmensa cantidad de conocimientos, tan
variados como el universo mismo: sabemos cual es la llave que abre la puerta de
nuestra casa y cómo cambia el semblante de la persona que amamos, aprendemos
cuantos electrones orbitan en un átomo de helio o la fecha en que fue fundada
nuestra ciudad. El conocimiento se nos presenta como algo casi natural, que
vamos obteniendo con mayor o menor esfuerzo a lo largo de nuestra vida, como
algo que normalmente aceptamos sin discusión, especialmente cuando lo
adquirimos en la escuela o a través de medios escritos de comunicación.
Pero en algunas ocasiones, o con respecto a ciertos conocimientos, percibimos
que las cosas no son tan simples, que hay afirmaciones discutibles o
sencillamente falsas. Encontramos que, en una conversación cualquiera o en una
polémica determinada, hay aseveraciones que tienen diverso valor, que son más o
menos confiables que otras y que dicho valor depende -en buena medida- del modo
en que se ha llegado hasta ellas. Esto puede ocurrir, por ejemplo, cuando
descubrimos que una persona relata hechos que no ha tenido ocasión de comprobar
o cuando comprendemos que se han sacado inadvertidamente conclusiones erradas,
ya sea por haberse confundido los términos de un problema o por basarse en
datos incompletos, aproximados o directamente equivocados.
Si reflexionamos sobre estos casos encontraremos que es posible hacerse una
pregunta, una pregunta tal que cambia por completo nuestra actitud ante los
conocimientos que tenemos: ¿cómo sabemos lo que sabemos? -podemos
inquirir- ¿en qué nos basamos para afirmar o para aceptar una determinada
afirmación? ¿Cómo sostener que algo es verdad, por ejemplo, si no hemos podido
comprobarlo directa y personalmente, o si tenemos sólo una información parcial
al respecto? Y más todavía, aun cuando nuestros sentidos parezcan indicarnos
claramente una respuesta ¿podremos siempre estar seguros de lo que vemos, oímos
y sentimos? Porque el sol parece girar alrededor de nuestro planeta, y sabemos
que eso no es cierto, la materia presenta un exterior inerte, y sin embargo
está cargada de una tremenda energía, las personas afirman que han hecho esto o
aquello, pero pueden estar confundidas o faltar a la verdad.
Al llegar a este punto podemos entonces vislumbrar que existe un problema
alrededor de lo que es el conocer, el saber algo acerca de los objetos
que nos rodean o de nosotros mismos. Y este problema radica en que la verdad no
se muestra directa y llanamente ante nosotros, sino que debe ser buscada más o
menos activamente por medio de un trabajo indagatorio sobre los objetos que
intentamos conocer. Todo conocimiento supone un cierto esfuerzo para adquirirlo
y este esfuerzo puede ser hecho de una manera más o menos completa o efectiva.
Surge entonces una primera distinción que es preciso resaltar y tener siempre
en cuenta: no debemos confundir una afirmación respecto a un hecho o a un
objeto, con el proceso mediante el cual se ha obtenido tal conocimiento, es
decir, que nos ha permitido llegar a dicha afirmación. En otras palabras,
aquello que dice un profesor o que dice un libro o un periódico -digamos, por
ejemplo, que la economía de cierto país ha crecido 4% en el año- es una
afirmación que, cierta o falsa, nosotros podemos recordar y utilizar; es, por
tanto, un conocimiento, que recibimos si se quiere de un modo pasivo, y que
incorporarnos y relacionamos con otros que poseemos de antemano. Pero resulta
evidente que alguien, una o más personas, son los responsables de esa
afirmación; alguien, de algún modo, en algún momento, ha estudiado la economía
a la que nos referimos y ha determinado por algún medio que su crecimiento
anual ha sido del 4% y no del 3% o del 5%. ¿Cómo lo ha hecho? ¿de qué recursos se
ha valido para saberlo?: éste es el punto que nos interesa destacar.
Cuando comenzamos a preocuparnos acerca del modo en que se ha adquirido
un conocimiento, o cuando intentamos encontrar un conocimiento nuevo, se nos
presentan cuestiones de variada índole, muchas de las cuales integran el campo
de estudio de la metodología.
1.2. El conocimiento como proceso
El hombre parece haber estado siempre preocupado por entender y desentrañar el
mundo que lo rodea, por penetrar en sus conexiones y en sus leyes, por atisbar
hacia el futuro, descubriendo las relaciones y el posible sentido de las cosas
que existen a su alrededor. No podemos aquí discutir por qué ocurre esto, ni
resumir tampoco las varias teorías que se han adelantado sobre el tema. Puede
resultar útil, al menos, intentar una breve digresión.
Desde que la especie humana empezó a crear cultura, es decir, a modificar y
remodelar el ambiente que la rodeaba para sobrevivir y desarrollarse, fue
necesario también que comprendiera la naturaleza y las mutaciones de los
objetos que constituían su entorno. Tareas que a nuestros ojos resultan tan
simples como edificar una choza, domesticar animales o trabajar la tierra, sólo
pudieron ser emprendidas a luz de infinitas y cuidadosas observaciones de todo tipo;
el ciclo de los días y las noches, el de las estaciones del año, la
reproducción de animales y vegetales, el estudio del clima y de las tierras y
el conocimiento elemental de la geografía fueron, indudablemente,
preocupaciones vitales para nuestros remotos antecesores, por cuanto de esta
sabiduría dependía su misma supervivencia.
El conocer, entonces, surgió indisolublemente ligado a la práctica vital y al
trabajo de los hombres como un instrumento insustituible en su relación con un
medio ambiente al que procuraban poner a su servicio. Pero, según las más
antiguas narraciones que poseemos, el pensamiento de esas lejanas épocas no se
circunscribió exclusivamente al conocimiento instrumental, aplicable
directamente al mejoramiento de las condiciones materiales. Junto con éste
apareció simultáneamente la inquietud por comprender el sentido general del
cosmos y de la vida. La toma de conciencia del hombre frente a su propia muerte
originó además una peculiar angustia frente al propio destino, ante a lo
desconocido, lo que no se posible abarcar y entender. De allí surgieron los
primeros intentos de elaborar explicaciones globales de toda la naturaleza y
con ello el fundamento, primero de la magia, de las explicaciones religiosas
más tarde, y de los sistemas filosóficos en un período posterior.
Si nos detenemos a estudiar los mitos de los pueblos ágrafos, los libros
sagrados de la antigüedad o las obras de los primeros filósofos veremos, en
todos los casos, que en ellos aparecen conjuntamente, pero sin un orden
riguroso, tanto razonamientos lúcidos y profundos como observaciones prácticas
y empíricas, sentimientos y anhelos junto con intuiciones, a veces geniales y
otras veces profundamente desacertadas. Todas estas construcciones del
intelecto -donde se vuelcan la pasión y el sentimiento de quienes las
construyeron- pueden verse como parte de un amplio proceso de adquisición de
conocimientos que muestra lo dificultoso que resulta la aproximación a la
verdad: en la historia del pensamiento nunca ha sucedido que alguien haya de
pronto alcanzado la verdad pura y completa sin antes pasar por el error; muy
por el contrario, el análisis de muchos casos nos daría la prueba de que
siempre, de algún modo, se obtienen primero conocimientos falaces, ilusiones e impresiones
engañosas, antes de poder ejercer sobre ellos la crítica que luego permite
elaborar conocimientos más objetivos y satisfactorios.
Lo anterior equivale a decir que el conocimiento llega a nosotros como un proceso,
no como un acto único donde se pasa de una vez de la ignorancia a la verdad. Y
es un proceso no sólo desde el punto de vista histórico que hemos mencionado
hasta aquí, sino también en lo que respecta a cada caso particular, a cada
persona que va acumulando informaciones de todo tipo desde su más temprana
niñez, a cada descubrimiento que se hace, a todas las teorías o hipótesis que
se elaboran.
A partir de lo anterior será posible apreciar con más exactitud el propósito de
nuestro curso: presentar una visión de conjunto del proceso mediante el cual se
obtiene el conocimiento científico, es decir, de un tipo particular de
conocimiento que se alcanza, como decíamos ya, por medio de una actividad que
denominamos investigación científica.
1.3. Diferentes tipos de conocimiento
Hemos hecho alusión, en líneas anteriores, a sistemas religiosos y filosóficos,
al pensamiento mágico y a otras creaciones culturales del hombre que no se
pueden desestimar pese a sus posibles errores, puesto que deben ser
comprendidas como parte de un proceso gradual de afirmación de un saber más
riguroso y confiable. Pero no se trata sólo de distinguir entre los aciertos y
los errores: existe también una diferencia entre el pensamiento racional y las
emociones, las intuiciones y otros elementos del discurso que se diferencian
bastante claramente de éste.
Si concebimos al hombre como un ser complejo, dotado de una capacidad de
raciocinio pero también de una poderosa afectividad, veremos que éste tiene,
por lo tanto, muchas maneras distintas de aproximarse a los objetos de su
interés. Ante una cadena montañosa, por ejemplo, puede dejarse llevar por sus
sentimientos y maravillarse frente la majestuosidad del paisaje, o bien puede
tratar de estudiar su composición mineral y sus relaciones con las zonas
vecinas; puede embargarse de una emoción indefinible que le haga ver en lo que
tiene ante sí la obra de Dios o de un destino especial para sí y el universo, o
también puede detenerse a evaluar sus posibilidades de aprovechamiento
material, considerándola como un recurso económico para sus fines.
El producto de cualquier de estas actitudes será, en todos los casos, algún
tipo de conocimiento. Porque un buen poema puede decirnos tanto acerca del amor
o de la soledad como un completo estudio psicológico, y una novela puede
mostrarnos aspectos de una cultura, un pueblo o un momento histórico tan bien
como el mejor estudio sociológico. No se trata de desvalorizar, naturalmente,
el pensamiento científico, ni de poner a competir entre sí a diversos modos de
conocimiento. Precisamente lo que queremos destacar es lo contrario: que hay
diversas aproximaciones igualmente legítimas hacia un mismo objeto, y que lo
que dice el poema no es toda la verdad, pero es algo que no puede decir la
psicología porque se trata de una percepción de naturaleza diferente, que se
refiere a lo que podemos conocer por el sentimiento o la emoción, no por medio
de la razón.
Lo
anterior tiene por objeto demostrar que el conocimiento científico es uno de
los modos posibles del conocimiento, quizás el más útil o el más desarrollado,
pero no por eso el único, o el único capaz de proporcionarnos respuestas para
nuestros interrogantes. Y es importante, a nuestro juicio, distinguir
nítidamente entre estas diversas aproximaciones para procurar que ningún tipo
de conocimiento pueda considerarse como el único legítimo y para evitar que un
vano afán de totalidad haga de la ciencia una oscura mezcla de deseos y de
afirmaciones racionales. Porque cuando el campo del razonamiento es invadido
por la pasión o la emoción éste se debilita, lo mismo que le sucede a la
intuición religiosa o estética cuando pretende asumir un valor de saber
racional que no puede, por su misma definición, llegar a poseer. Por este
motivo es que resulta necesario precisar con alguna claridad -aun cuando lo
haremos someramente- las principales características de ese tipo de pensar e
indagar que se designa como científico.
1.4. El conocimiento científico y sus
características
La ciencia es una vasta empresa que ha ocupado y ocupa una gran cantidad de
esfuerzos humanos en procura de conocimientos sólidos acerca de la realidad.
Tratar de elaborar una definición más precisa sería tarea evidentemente ardua,
que escapa a los objetivos de estas páginas. Pero interesa señalar aquí que la
ciencia debe ser vista como una de las actividades que el hombre realiza, como
un conjunto de acciones encaminadas y dirigidas hacia determinado fin, que no
es otro que el de obtener un conocimiento verificable sobre los hechos que lo
rodean.
Como
toda actividad humana, la labor de los científicos e investigadores está
naturalmente enmarcada por las necesidades y las ideas de su tiempo y de su
sociedad. Los valores, las perspectivas culturales y el peso de la tradición
juegan un papel sobre toda actividad que se emprenda y, de un modo menos
directo pero no por eso menos perceptible, también se expresan en la producción
intelectual de una época el tipo de organización que dicha sociedad adopte para
la obtención y transmisión de conocimientos y el papel material que se otorgue
al científico dentro de su medio. Considerando estos factores será preciso
definir a la ciencia como una actividad social y no solamente individual, para
no correr el riesgo de imaginar al científico como un ente abstracto, como un
ser que no vive en el mundo cotidiano, con lo que perderíamos de vista las
inevitables limitaciones históricas que tiene todo conocimiento científico.
Entrando más de lleno en la determinación de las características principales
del pensamiento científico habremos de puntualizar que éste se ha ido gestando
y perfilando históricamente por medio de un proceso que se acelera notablemente
a partir de la época del Renacimiento. La ciencia se va distanciando de lo que
algunos autores denominan “conocimiento vulgar", otros
“conocimientos práctico" y otros “el mundo del manipular"; se
va estableciendo así una gradual diferencia con el lenguaje que se emplea en la
vida cotidiana, en la búsqueda de un pensamiento riguroso y ordenado.
Al igual que la filosofía, la ciencia trata de definir con la mayor precisión
posible cada uno de los conceptos que utiliza, desterrando las ambigüedades del
lenguaje corriente. Nociones como las de “crisis económica",
“vegetal" o “estrella", por ejemplo, que se utilizan comúnmente sin
mayor rigor, adquieren en los textos científicos un contenido mucho más
preciso. Porque la ciencia no puede permitirse designar con el mismo nombre a
fenómenos que, aunque aparentemente semejantes, son de distinta naturaleza: si
llamamos “crisis" a toda perturbación que una nación tiene en su economía
sin distinguir entre los diversos tipos que se presentan, nos será imposible
construir una teoría que pueda describir y explicar lo que son precisamente las
crisis: nuestro modo de emplear el lenguaje se convertirá en nuestro principal
enemigo. De allí la necesidad de conceptualizar con el mayor rigor posible
todos los elementos que componen nuestro razonamiento, pues ésta es la única
vía que permite que el mismo tenga un significado concreto y determinado. De
allí también la aparente oscuridad de algunos trabajos científicos, que emplean
conceptos específicos, claramente delimitados, utilizando palabras que
confunden al profano.
Otras cualidades específicas de la ciencia, que permiten distinguirla con
bastante nitidez del pensar cotidiano y de otras formas de conocimiento son las
que mencionaremos a continuación:
Objetividad: La palabra objetividad se
deriva de objeto, es decir, de aquello que se estudia, de la cosa o
problema sobre la cual deseamos saber algo. Objetividad significa, por lo
tanto, que se intenta obtener un conocimiento que concuerde con la realidad
del objeto, que lo describa o explique tal cual es y no como nosotros
desearíamos que fuese. Ser objetivo es tratar de encontrar la realidad del
objeto o fenómeno estudiado, elaborando proposiciones que reflejen sus
cualidades. Lo contrario es la subjetividad, las ideas que nacen del
prejuicio, de la costumbre o de la tradición, las meras opiniones o
impresiones del sujeto. Para poder luchar contra la subjetividad es preciso
que nuestros conocimientos puedan ser verificados por otros, que cada una de
las proposiciones que hacemos sean comprobadas y demostradas en la realidad,
sin dar por aceptado nada que no pueda sufrir este proceso de verificación.
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Si una persona sostiene: “hoy hace más calor que ayer" y otra lo niega, no
podemos decir, en principio, que ninguna de las dos afirmaciones sea falsa o
verdadera. Probablemente ambas tengan razón en cuanto a que sienten más o menos
calor que el día anterior, pero eso no significa que en realidad,
objetivamente, la temperatura haya aumentado o decrecido. Se trata de
afirmaciones no científicas, no verificables, y que por eso deben considerarse
como subjetivas. Decir, en cambio, “ahora la temperatura es de 24oC",
es una afirmación de carácter científico, que puede ser verificada, y que -en
caso de que esto ocurra- podemos considerar como objetiva.
El problema de la objetividad no es tan simple como podría dar a entender el
ejemplo anterior, sacado del mundo físico. En todas nuestras apreciaciones va a
existir siempre una carga de subjetividad, de prejuicios, intereses y hábitos
mentales de los que participamos muchas veces sin saberlo. Este problema se
agudiza cuando nos referimos a los temas que más directamente nos conciernen,
como los de la sociedad, la economía o la política, en todos los cuales puede
decirse que estamos involucrados de algún modo, que somos a la vez los
investigadores y los objetos investigados. Por eso no debemos decir que la
ciencia es objetiva, como si pudiese existir un pensamiento totalmente liberado
de subjetividad, sino que la ciencia intenta o pretende ser objetiva,
que trata de alcanzar un fin que, en plenitud, en términos absolutos, resulta
inaccesible.
Racionalidad: es otra característica de
suma importancia para definir la actividad científica, que se refiere al
hecho de que la ciencia utiliza la razón como arma esencial para llegar a sus
resultados. Los científicos trabajan en lo posible con conceptos, juicios y
razonamientos y no con sensaciones, imágenes o impresiones. Los enunciados que
realizan son combinaciones lógicas de esos elementos conceptuales que deben
ensamblarse coherentemente, evitando las contradicciones internas, las
ambigüedades y las confusiones que la lógica nos enseña a superar. La
racionalidad aleja a la ciencia de la religión, y de todos los sistemas donde
aparecen elementos no-racionales o donde se apela a principios explicativos
extra o sobre-naturales; y la separa también del arte donde cumple un papel
secundario, subordinado a los sentimientos y sensaciones.
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Sistematicidad: La ciencia es sistemática,
organizada en sus búsquedas y en sus resultados. Se preocupa por organizar
sus ideas coherentemente y por tratar de incluir todo conocimiento parcial en
conjuntos cada vez más amplios. No pasa por alto los datos que pueden ser
relevantes para un problema sino que, por el contrario, pretende conjugarlos
dentro de teorías y leyes más generales. No acepta unos datos y rechaza otros,
sino que trata de incluirlos a todos dentro de modelos en los que puedan
tener ordenada cabida. La sistematicidad está estrechamente ligada a la
siguiente característica que examinaremos.
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Generalidad: La preocupación científica
no es tanto ahondar y completar el conocimiento de un solo objeto individual,
como en cambio lograr que cada conocimiento parcial sirva como puente para
alcanzar una comprensión de mayor alcance. Para el investigador, por ejemplo,
carece de sentido conocer todos los detalles constitutivos de un determinado
trozo de mineral: su interés se encamina preponderantemente a establecer las leyes
o normas generales que nos describen el comportamiento de todos los minerales
de un cierto tipo, tratando de elaborar enunciados amplios, aplicables a
categorías completas de objetos. De este modo, tratando de llegar a lo
general y no deteniéndose exclusivamente en lo particular, es que las
ciencias nos otorgan explicaciones cada vez más valiosas para elaborar una
visión panorámica de nuestro mundo.
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Falibilidad: la ciencia es uno de los
pocos sistemas elaborados por el hombre donde se reconoce explícitamente la
propia posibilidad de equivocación, de cometer errores. En esta conciencia de
sus limitaciones es donde reside su verdadera capacidad para autocorregirse y
superarse, para desprenderse de todas las elaboraciones aceptadas cuando se
comprueba su falsedad. Gracias a ello es que nuestros conocimientos se
renuevan constantemente y que vamos hacia un progresivo mejoramiento de las
explicaciones que damos a los hechos. Al reconocerse falible todo científico
abandona la pretensión de haber alcanzado verdades absolutas y finales, y por
el contrario sólo se plantea que sus conclusiones son “provisoriamente
definitivas", como decía Einstein, válidas solamente mientras no puedan
ser negadas o desmentidas. En consecuencia, toda teoría, ley o afirmación
está sujeta, en todo momento, a la revisión y la discusión, lo que permite
perfeccionarlas y modificarlas para hacerlas cada vez más objetivas,
racionales, sistemáticas y generales.
|
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Este carácter abierto y dinámico que posee la ciencia la aparta de un modo
nítido de los dogmas de cualquier tipo que tienen la pretensión de constituirse
en verdad infalible, proporcionándole así una enorme ventaja para explicar
hechos que esos dogmas no interpretan o explican adecuadamente, para asimilar
nuevos datos o informaciones, para modificarse continuamente. Es, de algún
modo, la diferencia crucial que la distingue de otros modelos de pensamiento,
sistemáticos y racionales muchas veces, pero carentes de la posibilidad de
superarse a sí mismos.
1.5. Clasificación de las ciencias
Siendo tan vasto el conjunto de fenómenos que nos rodea, tan polifacéticos y
diversos, y teniendo en cuenta que la actividad científica tiende por diversas
razones a especializarse -pues cada tipo de problema requiere el empleo de
métodos y técnicas específicas y el investigador individual no puede dominar
bien una gama muy amplia de temas- es comprensible que se hayan ido
constituyendo, a lo largo de la historia, diferentes disciplinas científicas.
Estas ciencias particulares, que se caracterizan por tratar conjuntos más o
menos homogéneos de fenómenos y por abordarlos con técnicas de investigación
propias, se pueden clasificar de diversas maneras para su mejor organización y
comprensión.
Las ciencias que se ocupan de objetos ideales, y en las que se opera
deductivamente, como las matemáticas o la lógica, son las llamadas ciencias
formales. Las ciencias que se ocupan de los hechos del mundo físico, en
cualquiera de sus manifestaciones, son las que llamamos ciencias fácticas,
para distinguirlas así de las anteriores, incluyéndose entre ellas a la física,
la química, la biología, la sociología, etc.
Las ciencias que tratan de los seres humanos, de su conducta y de sus
creaciones son, en principio, también ciencias fácticas. Entre ellas cabe
mencionar a la psicología, la historia, la economía, la sociología y muchas
otras. Pero, como cuando estudiamos las manifestaciones sociales y culturales
necesitamos utilizar una conceptualización y unas técnicas de investigación en
parte diferentes a las de las ciencias físico-naturales, se hace conveniente
abrir una nueva categoría que se refiera particularmente a tales objetos de
estudio. Se habla por eso de ciencias humanas, ciencias sociales o de ciencias
de la cultura, como una forma de reconocer lo específico de tales áreas de
estudio y para distinguirlas de las que suelen llamarse ciencias naturales (llamadas
también ciencias físico-naturales o, con menos propiedad, ciencias
exactas).
Conviene aclarar que la clasificación de las ciencias, así como la existencia
misma de disciplinas separadas, posee siempre algo de arbitrario. Se trata de
distinciones que se han hecho para la mayor comodidad y facilidad en el estudio
de la realidad, pero no porque ésta se divida en sí misma en compartimientos
separados. Por eso, históricamente, han aparecido nuevas ciencias, y se han ido
modificado también las delimitaciones que se establecen corrientemente entre
las mismas.
Se comprenderá, por ello, que toda clasificación es apenas un intento
aproximado de organizar según ciertas características a las disciplinas
existentes y que muchos problemas reales no admiten un tratamiento unilateral
sino que sólo pueden resolverse mediante un esfuerzo interdisciplinario. Así el
desarrollo económico, por ejemplo, sólo puede comprenderse a través de
conocimientos económicos, históricos, sociológicos, políticos y culturales; los
problemas de la genética requieren un abordaje doble, químico y biológico, y
las matemáticas, que se incluyen dentro de las ciencia formales, resultan un
componente indispensable en muchas investigaciones que desarrollan las ciencias
fácticas.
Por
otra parte, según el tipo de interés que prevalece en la búsqueda de
conocimientos, estos pueden dividirse en puros y aplicados, hablándose en
consecuencia también de ciencias puras y ciencias aplicadas. Las
primeras son las que se proponen conocer las leyes generales de los fenómenos
estudiados, elaborando teorías de amplio alcance para comprenderlos y
desentendiéndose -al menos en forma inmediata- de las posibles aplicaciones
prácticas que se puedan dar a sus resultados. Las aplicadas, por su parte,
concentran su atención en estas posibilidades concretas de llevar a la práctica
las teorías generales, encaminando sus esfuerzos a resolver las necesidades que
se plantean los hombres. De estas últimas ciencias surgen las técnicas
concretas que se utilizan en la vida cotidiana. De tal manera, por ejemplo,
tenemos que de la física y la química surgen las diversas ramas de la
ingeniería, de la biología y la química deriva la medicina, y así en muchos
otros casos. No hay ciencia aplicada que no tenga detrás suyo un conjunto
sistemático de conocimientos teóricos “puros", y casi todas las ciencias
puras son aplicadas constantemente, de un modo más o menos directo, a la
resolución de dificultades concretas.
La división entre ciencias puras y aplicadas no debe entenderse como una
frontera rígida entre dos campos opuestos y sin conexión. Una ciencia es pura
solamente en el sentido de que no se ocupa directamente por encontrar
aplicaciones, pero eso no implica que sus logros puedan disociarse del resto de
las inquietudes humanas. Entre ciencias puras y aplicadas existe una
interrelación dinámica, de tal modo que los adelantos puros nutren y permiten
el desarrollo de las aplicaciones, mientras que éstas someten a prueba y
permiten revisar la actividad y los logros de las ciencias puras,
proponiéndoles también nuevos desafíos.
Ejercicios (Enviar a mi correo - En grupo de 2)
Los siguientes ejercicios
pretenden constituir una guía para que el lector vaya poniendo a prueba su
capacidad de asimilación de los contenidos que sucesivamente van
desarrollándose en el texto. Pueden plantear algunas dificultades en su
resolución que, con la ayuda de docentes especializados y con una cierta dosis
de inventiva y de creatividad, serán superadas por una mayoría de los lectores.
1.1. Distinga, para 4 de los
siguientes conceptos, la forma diferente en que los definen el lenguaje
científico y el lenguaje cotidiano:
Precio
|
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Cultura
|
|
Metal
|
|
Energía
|
|
Arbol
|
|
Peso
|
1.2. Imagine que en una región
determinada se produce una sequía. ¿Cómo encararía el problema un científico,
un hombre práctico, un pensador religioso o un poeta? Trate de escribir un
párrafo que represente la visión de cada uno y de relacionarlos luego en un
comentario final.
1.3. Exprese cómo la Geografía alcanza
generalidad y sistematicidad en sus enunciados.
1.4. Dentro de la clasificación de las
ciencias ¿dónde ubicaría Ud. la Informática? ¿Dónde la Psicología , la Lógica , la Lingüística , la Geología ?
1.5. ¿Cuáles son las ciencias puras de
que se alimenta la Medicina y la Informática?
¿Cuáles aplicaciones cree Ud. que tienen la Psicología y la Historia ?
Hola profe, me ha servido bastante esta primera parte de su clase, ya que de hecho pensaba que por ejemplo el conocimiento científico era objetivo en un 100 por ciento, ahora puedo decir -pretende ser objetivo-
ResponderEliminarTambién refresqué un poco los saberes en lo referente al enfoque del ser humano a lo largo de la historia para obtener conocimiento.
ResponderEliminarComo versa una frase -No hay teoría sin práctica o viceversa-ciencias puras-ciencias aplicadas-jejejeje.
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